Heidegger. Su contexto y consecuencias.
Para entender a un pensador dado es imprescindible contar con una imagen de su horizonte cultural. El lugar histórico y geográfico de Heidegger le hace depositario de un accidentado linaje tanto filosófico como político. Bajo peligro de argumentar encarnizadamente ad-hominem una crítica al alemán; se ofrece como centro argumentativo el trabajo de Jürgen Habermas, quien habiendo sido alumno y colaborador de Heidegger se encuentra en una posición favorable para iluminar el lado humano, demasiado humano de Heidegger.
Es curioso que toda explicación moderna de “pensamiento occidental” incluya, cuando menos a pie de página, una mención a Heidegger en si, como una de las partes que conforman la “esencia” de la modernidad. El estudio institucionalizado de Heidegger convierte sus obras, su nombre y su pensamiento en poco más que entes. Esto es una consecuencia infranqueable de la forma de organizar la realidad inaugurada por Aristóteles y contra la cual se dirigen las críticas más constantes por parte de Heidegger.
Esta metafísica de los entes que conlleva el tan sonado “olvido del ser” heideggeriano. Es la mecánica epistemológica de Aristóteles la me más parece enfadar a Heidegger: el establecimiento de los criterios de verdad como la adecuación de los objetos a la definición de su esencia.
La respuesta de Heidegger a este criterio de verdad se expone en su obra “El ser y el tiempo “ y enuncia lo siguiente: “La verdad no es una revelación de carácter predicativo, sino que consiste en el ser descubierto del ser de las cosas y en el ser descubridor del hombre”[1] El énfasis que se pone al papel del héroe intelectual puede rastrearse directamente a Nietzsche y a su “voluntad de poder”, aunque Heidegger le acusa de no haber trascendido la metafísica.
Este tenor marcadamente romántico demuestra que nadie está totalmente libre del espíritu de su época. Cabe notar que en la Alemania de principios del siglo 20:
“…el aumento de la movilidad social, cuyo ritmo conviene no exagerar, el inacabamiento, la indecisión y la precariedad de las jerarquías, así como la complicación de los signos que indican el rango, no hacen otra cosa que oscurecer las ambiciones; provocan la irresolución, el desarraigo y la inquietud.:[2]
El sentimiento de inadecuación masificadora produce una burguesía sin identidad, hambrienta, por un lado, de detentar los títulos de nobleza que por tanto tiempo les han sido negados, y asqueada, por el otro, de la pompa y circunstancia decadente de los resquicios de las familias reales. Estas condiciones resultan tierra fértil para el discurso de Heidegger. Por todo su rechazo a la técnica y puede imaginarse el orgullo de cualquier banquero alemán seducido por un discurso que en su núcleo pregona que:
“El individuo superior elige la gloria, queda ennoblecido por el rango y por la dominación que pertenecen al Ser mismo, mientras que los muchos, que según un fragmento de Heráclito, al que cita con aplauso, andan ahítos como el ganado, esos muchos son los perros y los asnos.[3]
Si bien la toma de las riendas de los destinos de las naciones por la burguesía implica un cambio radical en la forma de concebir al mundo, lo es más para el curioso espíritu alemán. Con su preocupación por el origen y la posterior necesidad histórica de justificarse como raza superior Heidegger se empeña en edificar barreras que lo separen de la vulgar carrera hacia el olvido del ser que ha sido la historia de occidente. Sin embargo estas barreras, además de protegerlo lo impiden ver sus propios nexos con esta carrera “[Heidegger] ...no parece dispuesto a admitir ya su procedencia teológica, a admitir que la existencia histórica de la que habla Ser y tiempo circunscribe un ámbito de experiencias específicamente cristianas a través de Kirkegaard se remontan a San Agustín”[4]
Escudado tras un lenguaje críptico, pero nunca tan cuidado como el de Hegel, a Heidegger le cuesta admitir que su existencia en el panorama filosófico señala el final de una era. Pesa sobre su espalda el no ser digno heredero del idealismo alemán, de saberse incapaz de levantar los pedazos de la filosofía de los sistemas tras el “tropezón” nicheano. Sin saberlo, abre la puerta a la crisis de la interpretación y la vacuidad de significados tan imperante hoy en día: “More over [for Heidegger], the “weight” of a word is scarcely more important to him than meaning”[5]
En última instancia el argumento de “la vuelta”, es un intento poco entusiasta de hacer valedera la promesa de una segunda parte a “Ser y tiempo” que como señala Dallmayr: “Heidegger’s later kehre is atributed ...to the realization that Being and time had ended in the cul-de-sac of subjectivity”[6] topa con la pared del problema de la subjetividad.
Esta termina siendo el resquicio de donde se está a salvo de la mirada inquisitiva de la razón vulgar. “Heidegger alababa la decisión cuasi-religiosa por la existencia privada, replegada sobre si misma, con autonomía infinita en medio de la nada de un mundo sin dioses”[7]. En la subjetividad exhacerbada, la perorata shamánica y obscura encuentra un cómodo nicho en donde dar rienda suelta al gusto por las conclusiones tautológicas.
[1] Heidegger, Martín El ser y el tiempo §44
[2] Ariès, Philippe et. Al. Historia de la vida privada Vo. 4 Editorial Taurus Madrid, España. 2001
[3] Habermas Jürgen Perfiles filosófico-políticos Pag. 60
[4] Habermas Jürgen Perfiles filosófico-políticos Pag. 63
[5] Kaufmann Walter Existencialism from Dostoevsky to Sartre Pg. 234
[6] Dallmayr, Fred. en The discourse of modernity: Hegel, Nietzsche, Heidegger and Habermas “Habermas and the unfinished Project of modernity”. Pag. 78
[7] Habermas Jürgen Perfiles filosófico-políticos. Pag. 62
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